Segunda etapa: Hungtington Beach State Park
(Carolina del Sur)
Domingo 21 de enero de 2018
El objetivo básico del domingo era adelantar camino hacia Charleston, una de las paradas más importantes de nuestro viaje por el sur de los Estados Unidos. Sin embargo, como ya sabéis, las distancias en América son gigantescas y una de las ventajas de hacer el recorrido por carretera es que puedes ir parando en lugares cuyo interés turístico quizás es más secundario, pero que también te ayudan a conocer el terreno y la geografía del país.
Durante la jornada del domingo hicimos básicamente dos paradas. La primera de ellas fue totalmente improvisada ya que no teníamos la intención de detenernos en ella, pero los miles de anuncios a lo largo de la carretera y un recuadrito en nuestra guía Lonely Planet hicieron su función. Nos picó la curiosidad (más bien me picó jeje) y convencí a Abel para detenernos en "South of the Border".
Podríamos definir "South of the Border" como una típica atracción de carretera americana. El complejo está situado justo en la frontera entre los estados de Carolina del Norte y Carolina del Sur y fue construido en los años 50. La temática del lugar es mexicana (no se por qué motivo) y, de hecho, tiene hasta un personaje propio llamado Pedro, un supuesto bandido mexicano caricaturizado con un poncho y un gran bigote. La locura llega hasta tal punto que todos los empleados que trabajan en el complejo son conocidos como "Pedro" independientemente de su sexo, nacionalidad u origen.
Como os decía, "South of the Border" fue construido en los años 50 y, lo cierto, es que parece que se quedó anclado en dicha década. Cuando nosotros paramos allí, no había ni "Peter" (nunca mejor dicho), y los edificios presentaban un aire decadente y cutre; incluidos unos cuantos muñecos de animales rotos de aspecto siniestro. De hecho, me aproximé para sacarle una foto a Lolita con el elefante, pero cuando me di cuenta de que no tenía trompa me dio como "yuyu" ... ¿a quién se le ocurre dejar ahí a la vista de todo el mundo a un pobre elefante sin trompa?¡escalofriante! ¡un poquito de por favor, por Dios!
Eso sí, "South of the Border" contaba con un espacio inesperado. ¡Tenía su propio cuarto de baño de mascotas! ; lo cual me dejó mucho más tranquila, porque está claro que en mitad de una carretera entre dos estados no puede faltar un "toilet" para las mascotas. Todo el mundo sabe que a las mascotas les encanta hacer turismo 😑 (¡no se me enfaden los animalistas!)
Lolita dándolo todo en South of the Border
Cuarto de baño de mascotas con su propio "totem" por si hay
necesidad de alzar la patita
necesidad de alzar la patita
Ya que habíamos parado en este lugar, aprovechamos para tomar un helado en uno de los locales, aunque no nos atrevimos a dirigirnos a la chica como "Pedro". La verdad es que nos sorprendió que con la poco clientela que tiene este sitio, había un mínimo de tres empleados en cada establecimiento. Todavía no nos lo explicamos.
Por cierto, como nota curiosa decir que en "South of the Border" se ven muchas tiendas de pirotecnia debido a que, antiguamente, los fuegos artificiales estaban prohibidos en Carolina del Norte, así que los de Carolina del Sur vieron claro donde estaba el negocio y se pusieron manos a la obra con su chiringuito.
Después de disfrutar de nuestro helado en soledad y bajo la atenta mirada de las tres "Pedros", sacamos unas últimas fotos de recuerdo y nos volvimos a montar en el coche para dirigirnos al parque estatal de Hungtington Beach, ya en Carolina del Sur.
Uno de los principales atractivos de Hungtington Beach State Park es la supuesta presencia de cocodrilos en sus zonas pantanosas, aunque nosotros no vimos ni uno. Íbamos con muchas expectativas al respecto, pero no hubo suerte 😞 Tendremos que esperar a nuestro viaje a Florida para poder verlos en vivo y en directo.
Un cartel que nos generó grandes expectativas
que resultaron sumamente defraudadas
Aún así, el parque nos encantó. Además de playas y paisajes muy chulos, tiene una casa de estilo morisco conocida como "Atalaya" (en español, si) que construyó un matrimonio de millonarios en los años 30 y que se puede visitar por un módico precio de 2 dólares (aunque a nosotros nos salió gratis porque estaban a punto de cerrar y a la encargada le caímos en gracia).
Anna Hyatt Huntington y su marido Archer Milton Huntington, además de estar forrados hasta las cejas, era una pareja muy bohemia y artística. Ella era una célebre escultora y él, además de dedicarse a los negocios y a escribir poesía, era sobretodo conocido por ser una importante autoridad académica en el campo de estudios hispánicos.
Poco después de que a ella le diagnosticaran tuberculosis, el matrimonio decidió construir esta casa para pasar los inviernos y beneficiarse del cálido clima sureño. Sin embargo, más que una acogedora morada, a nosotros nos pareció un laberinto de pesadilla. El edificio estaba repleto de estancias no demasiado grandes, con entradas y salidas por todos lados, perfecto para jugar al escondite pero no se si para tomarlo como residencia habitual.
Eso sí, cada habitación tenía su función concreta y específica. Tenían un cuarto para desayunar y otro para cenar. Un dormitorio para las mascotas y otro para el cuidador de las mascotas. Un estudio al aire libre, un estudio interior, los aposentos de la secretaria, los del ama de llaves... Vamos, que ahí dentro vivía hasta el Tato. Como anécdota, señalar que incluso contaba con una habitación específicamente diseñada para comer ostras (pobrecicos que no conocían el jamón de bellota...)
A favor de la pareja decir que eran unos enamorados de España. A él, la traducción de El Poema de mio Cid le supuso un gran reconocimiento en el ámbito académico y a ella, la novela de El Quijote le sirvió de inspiración para sus esculturas.
Por lo visto, a Anna le encantaba esculpir figuras de animales utilizando como modelo animales reales que mantenía en jaulas dentro de la vivienda. Se cuenta que, en una de estas ocasiones, la escultora adquirió por 25 dólares un caballo que se encontraba prácticamente moribundo y que por lo visto utilizó para hacer una escultura de Rocinante, el caballo de Don Quijote.
Anna Hyatt Huntington y su marido Archer Milton Huntington, además de estar forrados hasta las cejas, era una pareja muy bohemia y artística. Ella era una célebre escultora y él, además de dedicarse a los negocios y a escribir poesía, era sobretodo conocido por ser una importante autoridad académica en el campo de estudios hispánicos.
Poco después de que a ella le diagnosticaran tuberculosis, el matrimonio decidió construir esta casa para pasar los inviernos y beneficiarse del cálido clima sureño. Sin embargo, más que una acogedora morada, a nosotros nos pareció un laberinto de pesadilla. El edificio estaba repleto de estancias no demasiado grandes, con entradas y salidas por todos lados, perfecto para jugar al escondite pero no se si para tomarlo como residencia habitual.
Eso sí, cada habitación tenía su función concreta y específica. Tenían un cuarto para desayunar y otro para cenar. Un dormitorio para las mascotas y otro para el cuidador de las mascotas. Un estudio al aire libre, un estudio interior, los aposentos de la secretaria, los del ama de llaves... Vamos, que ahí dentro vivía hasta el Tato. Como anécdota, señalar que incluso contaba con una habitación específicamente diseñada para comer ostras (pobrecicos que no conocían el jamón de bellota...)
Patio interior de "Atalaya"
Ejemplo de una de las decenas de cuartos que había en el edificio
A favor de la pareja decir que eran unos enamorados de España. A él, la traducción de El Poema de mio Cid le supuso un gran reconocimiento en el ámbito académico y a ella, la novela de El Quijote le sirvió de inspiración para sus esculturas.
Por lo visto, a Anna le encantaba esculpir figuras de animales utilizando como modelo animales reales que mantenía en jaulas dentro de la vivienda. Se cuenta que, en una de estas ocasiones, la escultora adquirió por 25 dólares un caballo que se encontraba prácticamente moribundo y que por lo visto utilizó para hacer una escultura de Rocinante, el caballo de Don Quijote.
Los tres posando en uno de los pasillos de "Atalaya"
Después de visitar la casa, nos acercamos a la playa a dar un paseo en familia para después hacer el recorrido de los "alligators" junto a las marismas con resultado, como ya os dije, infructuoso. A pesar de ello, disfrutamos mucho de la naturaleza del lugar y de los paisajes que nos ofrecía el parque estatal al atardecer.
Y con esto nos despedimos por hoy. Vamos despacito, pero con buena letra.
Próxima publicación...
¡Charleston!